Interesante artículo del Centro Miralepa de Yoga dirigido por Miguel Ángel García

Ser es devenir. No existe en la vida nada que sea permanente, aunque nos cueste reconocerlo, sino que en el ciclo de nuestras vidas todo es mudanza y cambio continuos. Y en este llegar a ser, en términos generales, propio de la evolución de la conciencia se producen una serie de estados naturales a través de los cuales se expresan el crecimiento y el desarrollo normales de cada ser humano.

Muy a menudo, estos estados se acompañan de grandes cambios unidos a los procesos naturales de cambios físicos. Estos cambios pueden experimentarse, incluso, como verdaderas crisis y producir entonces gran sufrimiento y dolor. Crisis en el sentido etimológico y original de la palabra: ocasión y oportunidad para el cambio. Por ejemplo, a veces el paso natural de la pubertad a la adolescencia se experimenta en medio de dolores de todo el sistema óseo, o en parte de él, sobre el que incide de modo más directo el intenso crecimiento propio de la edad, junto a un gran desconcierto psicológico, que marcan el fin definitivo de la infancia y la apertura y entrada a un nuevo horizonte, abierto de libertad e idealismo y lleno de posibilidades y potencialidades.

Sin embargo, si este cambio natural en el cual consiste el desarrollo normal de una vida humana, con sus distintos niveles y etapas más o menos bien definidas, junto a sus correspondientes correlatos físicos, se desarrolla de manera inadecuada, pueden aparecer diversas “patologías características” de estos puntos de inflexión o momentos claves en el proceso de desarrollo del ciclo de la vida.

En cuanto a los mayores, acarrean tras de sí una problemática totalmente distinta, por lo general, basada en malos hábitos de alimentación y diversas dolencias, junto al inadecuado o inexistente ejercicio físico, el estrés, la competitividad laboral, la falta de reconocimiento social, la jubilación, el miedo al futuro y el desplazamiento social, incluso por sus seres más queridos, al que el moderno ideal de vida social les obliga.

Estas características, acentuadas en nuestro tiempo y basadas, todas ellas, en una visión egoísta y materialista, acaban repercutiendo finalmente en nosotros mismos bajo diferentes sufrimientos, formas de depresión, estrés y neurosis. Las enseñanzas del Yoga concluyen que, mediante unos ejercicios de fácil aplicación y práctica, es posible lograr una conveniente y adecuada relajación junto al desarrollo de una actitud física y mental que aportan un necesario bienestar a cada persona, a la vez que le facilitan y ayudan a encontrar y llevar una vida plena de significado.

El Yoga, aplicado convenientemente y adaptado en su práctica a cada una de estas etapas y a sus especiales necesidades así como dificultades, se manifiesta, una vez más, como una herramienta de un valor inestimable para la natural evolución de la consciencia y una ayuda para superar, o al menos afrontar, los distintos problemas físicos y mentales que podrían acompañar estos cambios, hasta su desaparición definitiva en la armonía, aceptación y vivencia de una nueva etapa, donde todo lo anterior sea integrado positivamente.

Jamás es demasiado tarde para acercarse al Yoga, independientemente de que tenga uno cinco o ciento cinco años. El aprendizaje del Yoga, en el caso de dirigirse particularmente a personas mayores, contribuye a que los últimos años de la vida puedan ser verdaderamente una época de oro, en la que uno tiene tiempo libre para dedicarse a sí mismo, tanto física como espiritualmente. Muchos de los problemas de la última parte de la vida son una combinación de ejercicio insuficiente, malos hábitos de comida y respiración superficial; de ahí derivan achaques como mala circulación, artritis y trastornos digestivos. Pero el cuerpo tiene unos poderes de regeneración increíbles, y ya después de un breve tiempo de práctica del Yoga, una persona se encuentra durmiendo mejor, con más energía y una visión más positiva de la vida.

Algunas de las fluctuaciones o cambios que experimentan las personas en esta etapa de sus vidas y que les lleva a cambiar sus comportamientos y relaciones es la insatisfacción, la ansiedad, la ira o la frustración; en otras palabras, alguna forma de calor emocional que les empuja a tomar tales decisiones. Se hace así evidente el principio de la física elemental de que nada cambia sin un catalizador adecuado.

Igualmente, otro tanto ocurre con el cuerpo: para realizar un cambio (químico, emocional o espiritual), las hormonas deben calentarse, causando una gran agitación y molestia. De repente, su rutina no funciona como habitualmente. No pueden dormir de la forma en que lo hacían; se enfadan por cosas que antes toleraban; la forma del propio cuerpo cambia y uno llega a aborrecerlo; ansían la atención de sus semejantes y familiares y quieren, a la vez, que lo dejen solo, etc. Es un tiempo de gran inestabilidad, que presagia la muerte de todo lo cómodo y conocido y el nacimiento de la incertidumbre. No es, pues, muy distinto, en sus características, a un regreso a la pubertad, justo como cuando se tenían trece años.

Cuando todo ello se reconoce y se tranquiliza, el cuerpo da nacimiento a algo nuevo y más fuerte: exactamente igual a como a la turbulencia de la pubertad seguía un estado de resurgimiento de creatividad y comodidad. Es algo así como si todo el mundo se trastornarse y se presentase de nuevo ante nuestros ojos. Algunos problemas comunes, tanto para hombres como mujeres, de esta edad son la depresión, el cansancio, el insomnio, la irritabilidad, la ansiedad y las molestias de la digestión.

En las mujeres, esta situación de cambio total y crítico suele ocurrir realmente dos o tres veces a lo largo de sus vidas y viene marcada o acompañada por diferentes sucesos físicos decisivos y claramente significativos que inician otras distintas etapas: pubertad, embarazo y menopausia.

Fisiológicamente, el Yoga puede mantener durante este tiempo el equilibrio del sistema endocrino (o lo equilibra si se encuentra saturado). Las glándulas suprarrenales deben producir ahora una pequeña cantidad de estrógenos para que el cuerpo funcione adecuadamente, pero si dicha cantidad se reduce por estrés, tabaco, malos hábitos de alimentación o una inmunidad deficiente, no pueden hacer su trabajo.

El Yoga ayuda a apaciguar y, luego, activar las glándulas suprarrenales, superar el cansancio, el insomnio, la ansiedad, y los sofocos que, a menudo, caracterizan esta época de las mujeres. Con su práctica, pueden levantar el ánimo, recobrar una energía valiosa e igualmente importante y conseguir el tiempo que necesitan para sí mismas, con el fin de tomar decisiones meditadas y cuidadosas.

El Yoga puede ayudar a todos a conocer su cuerpo de nuevo y a cada una/o sentirse cómoda/o con el aspecto que tiene, la manera en que se mueve y la forma en que se siente. Este tiempo de la vida, al igual que la pubertad, es un desafío para aceptar la naturaleza y la forma cambiantes del cuerpo.

Especialmente, las mujeres, como han oído y han sido condicionadas durante toda su vida a considerar que la delgadez es atractiva, pueden pasar un mal momento intentando aceptar su nuevo aspecto, que incluyen aumento de peso y un vientre y unos pechos más grandes y blandos, hasta recordar que no es inusual, sino en realidad algo saludable y hermoso. Hay que subrayar, una y otra vez, la importancia de que las mujeres se tiendan la mano entre sí: en el municipio, en la comunidad, en la práctica del Yoga. Necesitan hablar juntas, compartir sus miedos, molestias y alegrías. Las mujeres se crecen unas con otras, actuando de mentoras y de apoyos entre ellas, con intención clara y corazón puro. Reuniéndose entre ellas, crean una de las voces colectivas más hermosas y poderosas con la capacidad de cambiar el mundo. La práctica del Yoga les puede ayudar a desarrollar la confianza y la pasión que necesitan para defender lo que creen que está bien. Puede que el Yoga no elimine todos sus problemas físicos, como el calentamiento hormonal, pero le ayudará a indicarle el camino de manera positiva, apasionada y efectiva.

Todos hemos conocido alguna vez a hombres y mujeres increíbles, con más de sesenta y hasta ochenta y cinco años, que nos han deleitado por alguna característica. A veces, era su sentido del humor (mi padre era uno de ellos, con más de noventa años), otras su capacidad de contar ricas historias de su vida, su conocimiento de la Naturaleza, etc.

En tales hombres y mujeres, sus historias no provienen del pasado ya lejano de su juventud, sino que son parte de sus vidas activas, presentes. Al tener la suerte de estar entre estas personas, uno se siente realmente enriquecido, tonificado e inspirado. Así me ha sucedido a veces, y han acabado convirtiéndose en mis modelos de conducta y profesores.

Todo ser humano necesita modelos de conducta y referentes cuando evoluciona por las distintas etapas de su vida. ¿Qué mejor solución que dirigirse a alguien que ya ha experimentado lo que nos va a pasar? Mujeres mayores motivan de esta forma, especialmente, a otras más jóvenes, y algo similar podría decirse, salvando algunas diferencias y con distintas connotaciones, de hombres mayores sirviendo de ejemplo a otros más jóvenes.

Desgraciadamente, la veneración a los mayores, cuya sabiduría nació y se cosechó con su experiencia y trabajo en el mundo, algo muy común y característico en las culturas tradicionales y espirituales de todo el globo que han sustentado a los seres humanos desde hace mucho tiempo, es algo que hoy en día está en franco declive, si es que no se ha perdido ya del todo, junto a la extinción de dichas culturas con sus tradiciones y el exterminio de su patrimonio espiritual por la así llamada nuestra civilización moderna y su característica forma de vida social.

En cualquier caso, si se ha conseguido llegar a los sesenta y cinco años con buena salud, los gerontólogos afirman que existe una buena oportunidad de vivir otros quince o veinte años, puede incluso que algunos más, cifra que poco a poco va en aumento. Los desafíos de esta etapa -y la manera en que uno decide afrontarlos- determinarán la riqueza de los años adicionales. Físicamente, estos años llevan consigo la amenaza de la osteoporosis junto a una menor movilidad en las articulaciones, y síntomas molestos propios de la menopausia, en el caso de las mujeres, como sequedad y atrofia vaginales, incontinencia urinaria, patologías cardíacas, más propias de los hombres, aunque, lamentablemente, las estadísticas aumentan afectando de manera dramática igualmente a la población femenina, a la vez que problemas de colesterol e hipertensión y otra variedad de enfermedades. Mentalmente, se teme perder la memoria y deslizarse en la demencia. Curiosamente, las cosas que verdaderamente ayudan a impedir (o sobrellevar) los síntomas físicos pueden también producir una posibilidad de deterioro.

El cuerpo y la mente necesitan estimulación para seguir fuertes y alertas. Si uno sigue activo dentro de su comunidad y/o grupo social – toma a diario una clase de Yoga, lee, escribe, mantiene el contacto con sus amistades y familiares, etc.- todas estas actividades aportan una sensación de bienestar, utilidad, y gozo que aumentan su capacidad para seguir creciendo y envejeciendo en paz.

La práctica regular de posturas de Yoga, junto a la sugerencia de estilos de vida que el Yoga propone y algunos cambios positivos en los hábitos de vida, pueden contrarrestar lo peor de estos problemas y de las molestias más comunes propias de los años en esta etapa de la vida.

Después de unos meses de una práctica adecuada del Yoga, ajustada a tales necesidades, uno puede sorprenderse a sí mismo al descubrir que puede hacer cosas que antes jamás habría creído posibles. Físicamente, el Yoga es un amigo, un compañero ideal en esta etapa de la vida. No importa qué forma adquieran el cuerpo o la mente, siempre se puede hacer algo de Yoga. Algunos días, puede sentirse necesario realizar la práctica con vigor; otros días, el cuerpo necesita una práctica suave y reconstituyente, y otras veces, incluso, se tiene solo la energía para hacer ejercicios de respiración profunda y meditación, ayudando a centrarse y a disminuir el miedo y la soledad. No importa el tipo o modo de Yoga que se elija para cualquier día en particular. En cualquier caso, el cuerpo y la mente cosechan profundos beneficios.

Mental y emocionalmente, el Yoga aporta estabilidad y calma, reforzando el sistema inmunológico y pacificando el sistema nervioso. Muchos mayores, aún con setenta y siete años, que llevan unos años de práctica afirman que el regalo más importante que han recibido del Yoga es la conciencia de las capacidades de sus cuerpos. Aprender a ponerse correctamente de pie, mantener el equilibrio y estirarse en las diversas “ásanas” o posturas, les hace sentirse más fuertes. Ya no temen caerse. Confían en su equilibrio y eso les da un sentimiento de independencia y libertad que creían ya perdido.

A un nivel más profundo, el Yoga enseña a mayores y adultos, al igual que al resto, la sabiduría inherente al cuerpo con el que nos movemos, mediante y al margen de cada “ásana” o postura. Y facilita el tiempo de calma y el lugar adecuados para reconocerse otra vez, esta vez desde el lado intuitivo de la mente y de las enseñanzas del corazón, de modo que podamos compartir estos dones con el resto del mundo.

En el caso específico de las mujeres, muchas recuperan una sinceridad y franqueza propias de épocas anteriores a la pubertad, y que ésta había sofocado, en una voz que nos habla con un candor refrescante (y, a veces, alarmante), enriquecida ahora con las relaciones y experiencias de toda una vida. Estas sabias mujeres comparten claramente lo que se ha dado en llamar el “entusiamo de la postmenopausia”: una imagen mucho más evocadora y de acuerdo a la realidad que la de una vieja bruja yerma cuya juventud y utilidad forman parte del pasado.

Los años de estas mujeres sabias tienen, pues, mucho más que ver con la infancia. Como ya no padecen el carácter imprevisible de las hormonas durante la menopausia, pueden encontrar que su energía y ánimo vuelven a los altos niveles anteriores a su pubertad. Muchas mujeres en esta etapa incluso llegan a concentrarse en una fuerte práctica de Yoga, particularmente si se da el caso de que han sido físicamente activas a lo largo de sus vidas.

Para todas ellas, ayudarse unas a otras es algo, de nuevo, natural y se convierte en primordial en esta etapa de sus vidas. Muchas mujeres sobreviven a sus maridos durante una década o más y temen envejecer solas. Ayudarse unas a otras, aprender unas de otras, pasar tiempo juntas y compartir información –así como las alegrías y las penas– es esencial para su salud física, mental y espiritual así como los mayores regalos que se pueden hacer a sí mismas y a los demás.

En general, la práctica del Yoga orientada especialmente a adultos y mayores, se realiza con lentitud y suavidad, incorporando variaciones sencillas de “ásanas” clásicas y modificando a veces éstas con ayudas o útiles de uso cotidiano (mantas, sillas, almohadas, etc.), para facilitar su logro y adecuarla a la propia capacidad. Ésta nunca debe sobrepasarse y esforzarse uno más allá de las propias limitaciones de su cuerpo, usándose siempre el aliento como indicador de una práctica correcta y de cuándo ésta se convierte en extenuante.

Sin embargo, el Yoga nunca debe confundirse, sustituir o usarse como paliativo de una medicación, en el caso de quien la necesite, sino apoyar aquélla y su práctica debe ser siempre puesta en conocimiento por parte del médico, si se padece de alguna enfermedad, para que la evalúe y se asegure de que es segura y eficaz para uno mismo, especialmente si se trata de un principiante en Yoga.

En todo caso, los movimientos suaves y lentos propios del Yoga son ideales para todos en esta etapa de la vida, y ayudan a que tanto la mente como el cuerpo se mantengan jóvenes y activos, aumentando el aporte de oxígeno al cerebro e induciendo estados profundos de relajación. Muchos de estos movimientos se pueden practicar simplemente sentados en una silla, y a veces en la propia cama.

La serenidad mental que acompaña y genera el Yoga, y la vitalidad y la flexibilidad físicas que crea, son fundamentales para ayudar a permitir que florezca la sabiduría del corazón tan propia en los últimos años de la vida, de modo que pueden convertirse así verdaderamente en una época de oro, con la comprensión de que este cuerpo no es más que un vehículo para el alma, y que el verdadero Sí Mismo es inmortal.

BIBLIOGRAFÍA:

• “Yoga para la mujer”. Geeta S. Iyengar. Editorial Kairós. 2007. Barcelona.

• “El Libro del Yoga y de la Salud para la Mujer”. Linda Sparrowe & Patricia Walden. Edit. Edaf. Luz de Oriente. 2004. Madrid.

• “Mujeres de sabiduría”. Tsultrim Allione. Edit. Los Libros de la Liebre de Marzo. 1990, reed. 2007.

• “Cuando Todo Se Derrumba”. Pema Chödrön. Gaia Ediciones. México. 2005.

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